por Juan Butten
Recuerdo a mamá leyendo un viejo libro. Era un libro que la acompañó por varias semanas por toda la casa: desde su habitación hasta la cocina, desde la galería hasta la sala. La recuerdo leyendo a plenitud en el mueble rojo de la sala. Lo llevaba de un lado a otro, a todas partes. Para marcar sus páginas, usaba un dibujo hecho en una cartulina amarilla, de aproximadamente 6 por 9 pulgadas. Yo se lo había pintado con mis lápices de colores: su nombre, Yolandaformado por muchas flores pequeñas, y debajo, en letras grandes y torpes, escribí: “Te amo, mamá”.
Ese dibujito, que luego utilizó como separador de libros, fue un regalo que le hice cuando estaba en tercero de primaria. Mi profesora de lengua española, Josefina, nos había pedido que preparáramos algo especial para celebrar el Día de las Madres, y yo le hice ese pequeño obsequio con todo el amor del mundo. Esas letras… no sé por qué, pero las encontraba tan bellas.
Pasaron muchos años hasta que logré recordar el nombre del libro y el de su autor. No suelo olvidar las cosas, pero habían pasado más de cuarenta años desde que todo eso ocurrió. En aquel momento intenté leer ese libro, pero no pasé de la segunda página más de una vez. Solo recordaba vagamente cómo comenzaba. Algo sobre una letra… algo así. Pero la segunda parte del título no la recordaba. Solo sabía que, en el inicio, hablaba de muchos hombres barbudos, vestidos con colores tristes.
Finalmente, en un viaje a la ciudad de Salem, en Massachusetts, a comienzos de 2024, me encontré con una escultura. Al leer el nombre tallado en la base, supe que ese era el autor de aquel libro que tanto acompañó a mamá: Nathaniel Hawthorne. El título exacto lo descubrí después, en una biblioteca de Nueva York, donde fui revisando libro por libro del autor hasta que di con el correcto. Lo reconocí apenas leí el inicio. El libro se titula La letra escarlata.Y comienza así: “Una multitud de hombres barbudos, vestidos de colores sombríos y llevando sombreros grises puntiagudos como agujas de campanario, junto a algunas mujeres con capuchas sobre la cabeza y otras sin sombrero, estaba congregada frente a un edificio de madera cuya puerta era de grueso roble tachonado con clavos de hierro.”
Ahí me di cuenta: ese fue el libro que leyó con tanto fervor mi madre. Decidí entonces emprender el mismo viaje que ella. Me preguntaba cómo había llegado ese libro a nuestra casa, a través de quién. Hablé con mi hermana mayor y ella me contó que mamá lo encontró en las escaleras del edificio donde vivíamos en aquellos años. Mamá preguntó a todos los vecinos si era de ellos, pero nadie lo reclamó. Nadie sabía nada.
Hace hoy un mes, después de todo este tiempo, decidí que quería recorrer ese mismo camino. Y fue fácil comenzar. Empecé a leer el libro y fui descubriendo por qué a mamá le gustó tanto. El libro se perdió en medio de tantas mudanzas y ciclones batateros. Pero ya lo leí. Lo analicé. Y ahora quisiera compartir todo lo que entendí de él, su influencia y lo que despertó en mí.
La letra escarlata., publicada en 1850, es la novela más célebre de Nathaniel Hawthorne y uno de los pilares de la literatura estadounidense. Ambientada en una comunidad puritana de la Nueva Inglaterra del siglo XVII, la obra narra la historia de Hester Prynne, una mujer condenada a llevar la letra escarlata “A” —de “adúltera”— bordada en el pecho como castigo por haber tenido un hijo fuera del matrimonio. Pero más allá del relato superficial de un castigo social, la novela profundiza en los dilemas morales, la identidad, la hipocresía religiosa y el peso del pecado en la vida individual y colectiva.
Uno de los temas más poderosos de la obra es la diferencia entre el pecado visible, castigado públicamente, y el pecado oculto. Hester, al ser descubierta, carga con su falta ante los ojos de todos, mientras su amante, el reverendo Arthur Dimmesdale, vive una tortura silenciosa por no confesar su responsabilidad. A través de ellos, Hawthorne plantea una pregunta esencial: ¿es peor cometer un pecado o vivir ocultándolo? Dimmesdale, al no revelar su culpa, se consume física y emocionalmente, mientras Hester, aunque marginada, encuentra una fortaleza interior. Así, Hawthorne sugiere que la verdad, por dolorosa que sea, libera.
También hay una crítica muy clara a la hipocresía y la represión puritana. Hawthorne no solo expone la rigidez moral de esa sociedad, sino que desenmascara su doble cara: una comunidad que condena públicamente el pecado mientras lo tolera —e incluso lo protege— en la intimidad. La comunidad que castiga a Hester se muestra, en el fondo, profundamente hipócrita: moralistas en público, cómplices en silencio.
Uno de los símbolos más complejos de la literatura es precisamente la letra escarlata “A”. Al principio representa “adúltera”, pero con el tiempo y con la transformación de Hester, su significado cambia. Para algunos llega a significar “ángel”, para otros “artesana” o incluso “admirable”. Esa evolución simbólica muestra cómo el juicio social puede cambiar, cómo una marca impuesta puede ser resignificada por la dignidad y la constancia.
Los personajes son inolvidables. Hester Prynne es una mujer fuerte, digna, desafiante ante la humillación pública. A lo largo de la novela, se convierte casi en una figura mística, sabia, compasiva. Arthur Dimmesdale es el ministro querido por su comunidad, pero está destrozado por dentro. Su lucha interna es uno de los primeros grandes retratos psicológicos en la literatura estadounidense. Roger Chillingworth, el esposo de Hester, regresa en secreto y se consume en su obsesión por la venganza, encarnando la corrupción del alma por el odio. Y Pearl, la hija de Hester, es el símbolo viviente del pecado, pero también del amor y la verdad, con una presencia casi mágica.
Hawthorne escribe con un estilo denso, simbólico, lleno de ambigüedad moral. Su narrador reflexiona, duda, invita al lector a cuestionar desde distintos ángulos. El uso del simbolismo es fundamental: la letra escarlata como emblema cambiante; la luz y la sombra como metáforas de la verdad y el secreto; el bosque como refugio frente al control social; la plataforma del cadalso como lugar de exposición, donde todo se revela, a diferencia de los rincones donde el pecado se oculta.
La letra escarlata. no es solo una historia sobre el pecado. Es una reflexión profunda sobre la condición humana, la doble moral, la represión social y la posibilidad de redención. Fue una de las primeras novelas en desafiar el ideal de pureza moral de los Estados Unidos y en contar una historia desde el punto de vista de una mujer marginada, lo que la convierte en precursora de muchos debates actuales. Su influencia aún perdura en la literatura feminista, en la crítica social y en todas las obras que exploran el conflicto entre el individuo y la sociedad.
Nathaniel Hawthorne, a través de La letra escarlata.ofrece un retrato atemporal de la lucha entre el juicio público y la verdad personal. Es una novela que incomoda, que invita a pensar, y que —aunque ambientada en el siglo XVII— toca fibras universales. Su simbolismo, su profundidad emocional, su crítica audaz, la convierten en una obra esencial, no solo del canon estadounidense, sino de la literatura universal. Y yo, al terminarla, no dejé de pensar si mamá me estaría viendo emocionado al leer cada página.