por Juan Butten
Decidí ver The Brutalist por recomendación de nada más y nada menos que mi gran amigo José Andrés, quien, tan pronto salió de la sala, me dijo: “Viejo, tienes que ver esta vaina. Te vas a fundir con esa película, pero son casi tres horas y media, y ni cuenta te das”. No voy a mentir, lo pensé mucho antes de decidirme a ir al cine, especialmente con el frío y la nieve que caían ese día. Pero hacía tanto tiempo que no me desconectaba del ruido de arte que invade los museos y galerías de la ciudad —un arte, en su mayoría, repetitivo y cada vez más homogéneo— que decidí lanzarme. Ya estaba cansado de ver artistas luchando por parecerse entre sí en cada rincón de la ciudad. Así que, sin pensarlo más, me abrigué bien y me dirigí a la estación para tomar el tren hacia el Village East by Angelika en Manhattan, donde, según mi amigo, encontraría una verdadera joya del cine.
Y aunque hoy en día todo es tan instantáneo, atreverme a ver una película de más de tres horas me parecía un reto. ¡Imagínate! Tres horas y 35 minutos de cine, solo para los que realmente amamos el buen cine: el esplendor de las imágenes proyectadas de forma magistral, un verdadero regalo para los sentidos. En el camino, leí la ficha técnica del filme, y descubrí que fue rodado en diferentes locaciones de Hungría e Italia entre marzo y mayo de 2023. Un lujo fílmico para los amantes del cine en su máxima expresión.
Al llegar, compré una Coca-Cola y unas palomitas, y, para mi sorpresa, la sala estaba llena de gente. A penas eran menos de las tres de la tarde, pero entendí que en esta ciudad había más locos como yo, dispuestos a enfrentarse a este gran reto cinematográfico. Me acomodé en mi asiento, la proyección comenzó a la hora acordada, y la sala permaneció en completo silencio. Cero teléfonos sonando, cero luces de pantallas brillando, cero murmullos incómodos. Me hundí en el sillón, respiré hondo y, sin darme cuenta, ya había terminado la película.
Al salir, intenté hacer lo mismo que mi amigo: describir lo que acababa de ver. Pero aún no encontraba las palabras adecuadas. Sabía, eso sí, que la película me había dejado profundamente emocionado. Pasaron más de 24 horas antes de que pudiera procesarlo completamente. The Brutalist es una reflexión profunda sobre la arquitectura y las relaciones humanas, dirigida por Brady Corbet, quien también coescribió el guion junto a Mona Fastvold. El elenco está encabezado por Adrien Brody, Felicity Jones y Guy Pearce, entre otros actores de renombre.
La historia sigue a László Tóth, un arquitecto judío de origen húngaro que emigra a los Estados Unidos en 1947. Después de un comienzo humilde, Tóth consigue un contrato que cambiará para siempre tanto su vida personal como su carrera profesional. A través de su figura, la película explora la compleja interacción entre el espacio arquitectónico brutalista y las relaciones humanas, todo dentro de un contexto emocionalmente cargado.
En el Festival de Cine de Venecia, el director compartió algo que me quedó grabado: "Cuando se redacta una declaración formal o una nota de intención, es habitual profundizar en los temas y la estética del proyecto. Pero después de dedicar casi una década a poner en marcha esta historia, prefiero aprovechar esta oportunidad para agradecer a cada uno de los colaboradores que hicieron posible la 'película imposible'. Mi elenco, mi equipo, mi familia... las palabras no son suficientes".
Es un honor y un privilegio haber podido ver The Brutalist en el 81º Festival de Cine de Venecia, en 70mm. Un verdadero testamento al poder del cine.