por Juan Butten
La primera vez que vi Blue Velvet fue gracias a una recomendación de don Armando Almánzar, con quien me encontré varias veces en Video Europa, una de las tiendas de alquiler de películas más bacanas de Santo Domingo por allá por inicios del año 1999 al 2000. Video Europa no solo era un lugar para alquilar cintas, sino un punto de encuentro para cinéfilos como yo, que siempre anduvimos en busca de algo más allá de lo convencional. Ahí me llegué a topar con diferentes personalidades de la cultura dominicana, al igual que con críticos de cine como Arturo Rodríguez Fernández, a quien yo le pedía que me recomendara alguna película y generosamente me recomendaba dos o tres, ya que siempre buscaba algo fuera de lo normal, algo que me sacudiera, algo que me hiciera pensar. Gracias a ello, Blue Velvet es, sin lugar a dudas, una de las obras más fascinantes para mí de David Lynch.
Desde el inicio, la película me cautivó con su atmósfera única, difícil de describir. Me hizo recordar a una película que ya había visto, Tierra (1996) by Julio Medem, which in my opinion was influenced by the opening of Blue Velvet. In both, the camera moves into the garden and dives into the earth in a very cool way, but soon reveals that beneath that facade something much darker is hidden. This duality between the beautiful and the disturbing is one of Lynch’s trademarks. From the first few minutes, the film not only introduces the plot but also delivers a powerful declaration of intent: this is a world where light and shadow intertwine, unveiling the deepest contradictions of the human condition.
La historia arranca cuando Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan), un joven que regresa a su hogar tras visitar a su padre en el hospital, encuentra una oreja humana cortada en un campo de maíz. Este hallazgo macabro lo introduce en un misterio que lo conecta con Dorothy Vallens (Isabella Rossellini), una cantante atrapada en una relación abusiva con Frank Booth (Dennis Hopper), un criminal extremadamente violento y perturbador. Desde ahí, Jeffrey se ve arrastrado hacia un mundo de violencia, deseo y secretos oscuros que revelan que la vida en el suburbio no es tan inocente como parecía. Es un lugar que, en su aparente tranquilidad, oculta mucho más que simples apariencias, y donde descubrimos una realidad mucho más oscura.
Uno de los aspectos más impactantes de Blue Velvet Lo que más me impresionó de Blue Velvet fue cómo Lynch logra crear una atmósfera densa y perturbadora a través de su estilo visual y sonoro. Cada escena parece estar diseñada no solo para contar la historia, sino también para inquietar al espectador. A lo largo de la película, vemos un contraste entre la belleza superficial de la ciudad de Lumberton, que parece un modelo de vida suburbana ideal, y la corrupción subyacente que acecha a sus habitantes. El color azul, presente tanto en el título como en la película, simboliza esta dualidad: por un lado, una belleza suave y lujosa, pero por otro, una oscuridad peligrosa y siniestra que se oculta detrás de la fachada perfecta. Como si el terciopelo azul, con su suavidad y elegancia, escondiera algo mucho más macabro en su interior.
A medida que la película avanza, el personaje de Jeffrey se ve empujado a explorar los límites de su propia moralidad y deseo. Al enfrentarse a personajes como Dorothy y Frank, comienza a cuestionarse a sí mismo y se adentra en un lado de la vida que nunca imaginó. En este sentido, Blue Velvet nos invita a todos a mirar más allá de la superficie, a confrontar lo que normalmente está oculto en las sombras. La relación entre Jeffrey y Sandy (Laura Dern), una joven que representa la pureza y el amor idealizado, contrasta fuertemente con la relación entre Dorothy y Frank, quienes están atrapados en una espiral de violencia y control.
Uno de los aspectos más impactantes de Blue Velvet es la figura de Frank Booth, interpretado magistralmente por Dennis Hopper. Frank no es solo un villano violento, sino un personaje profundamente perturbador en su relación con el poder, el sexo y la dominación. La forma en que Lynch lo presenta, con su agresividad desbordada y su trastornada necesidad de control, lo convierte en uno de los antagonistas más aterradores del cine contemporáneo. Frank representa el caos, la destrucción y el abuso de poder, llevando las relaciones humanas a sus aspectos más oscuros.
Blue Velvet no escatima en abordar temas como la sexualidad y la violencia de manera cruda y explícita. La relación entre Dorothy y Frank, marcada por la violencia sexual y la dominación, es inquietante, pero no gratuita. Lynch utiliza estas escenas para explorar la lucha por el poder, la sumisión y el deseo en las relaciones humanas. A través de estos personajes, el director nos obliga a reflexionar sobre nuestras propias contradicciones y deseos reprimidos. Mientras Jeffrey se siente atraído por la sexualidad peligrosa de Dorothy, también siente el impulso de rescatarla. Pero, ¿realmente puede salvarla? ¿Y está él preparado para enfrentar la oscuridad que ella representa? Lynch nunca nos da respuestas fáciles, pero sí nos invita a cuestionar la naturaleza del deseo, el poder y la moralidad.
El estilo visual de Blue Velvet es otra de sus grandes fortalezas. La cinematografía de Frederick Elmes crea una atmósfera surrealista y perturbadora, combinando lo bello y lo inquietante en una misma imagen. Los primeros planos de flores, cielos despejados y calles tranquilas se intercalan con imágenes de violencia, creando una disonancia visual que refleja las tensiones subyacentes de la trama. Además, la música de Angelo Badalamenti, especialmente la famosa canción de Bobby Vinton, Blue Velvetse convierte en un leitmotiv que resalta la desconexión entre la apariencia de perfección y la realidad oculta. La melodía melancólica de la canción, junto con los sonidos inquietantes y los silencios cuidadosamente colocados, amplifican la atmósfera de tensión que caracteriza el cine de Lynch.
Con Blue VelvetLynch no solo creó un thriller psicológico, sino una profunda reflexión sobre la luz y la oscuridad en la naturaleza humana. La película sigue siendo relevante casi cuatro décadas después de su estreno porque cuestiona las estructuras de poder, la fragilidad de las apariencias y la lucha interna entre la moralidad y el deseo. A través de este trabajo, Lynch se establece como uno de los grandes maestros del cine contemporáneo, capaz de explorar lo surreal y lo perturbador para llegar a lo más profundo de la psique humana.
El legado de Blue Velvet es claro: no es solo una película, sino una experiencia sensorial que invita al espectador a mirar más allá de lo visible, a confrontar las sombras que acechan en lo más profundo de nuestro ser. No solo me impactó en su momento, sino que sigue siendo una referencia indispensable para aquellos que buscan entender las complejidades de la naturaleza humana y sus contradicciones. Lynch nos invita a ver que lo que parece seguro y perfecto puede desmoronarse en un instante, revelando un mundo mucho más oscuro y complicado de lo que imaginábamos.