por Juan Butten
Para mí, una de las ventajas de vivir en Nueva York siempre ha sido el acceso a tanto arte. Hoy, cruzo las puertas del Brooklyn Museum con el propósito de ver "Napoleón al frente del ejército sobre los Alpes" (2005) de Kehinde Wiley. Sabía que esta obra, aclamada por su reinterpretación contemporánea, me llevaría a reflexionar sobre su original de Jacques-Louis David, un ícono del arte neoclásico que ha perdurado a lo largo del tiempo. Sin embargo, al acercarme, la inmensidad de la pieza me impacta.
Wiley, con su estilo vibrante, ha tomado la emblemática imagen de Napoleón, y al instante comprendo que, aunque ambas obras giran en torno a la figura del emperador, sus enfoques y mensajes son radicalmente diferentes. La pintura de David, creada en 1801, retrata a Napoleón como un líder casi divino, montado con orgullo en su caballo y rodeado de un paisaje alpino que resalta su grandeza. Aquí, el héroe clásico se presenta como símbolo de poder, encapsulando la narrativa heroica de la historia europea.
En cambio, Wiley reimagina esta figura. Su modelo, un hombre afrodescendiente, viste un atuendo que combina la grandeza militar con toques de la cultura urbana actual. Al verlo, me doy cuenta de que esta elección no solo diversifica la representación del héroe, sino que también desafía la monopolización de la narrativa histórica por parte de figuras blancas. Wiley nos ofrece una visión de un líder cuya fuerza y determinación nos invitan a repensar lo que significa ser un héroe en la actualidad.
Busco en Google la obra de David en mi teléfono para poder comparar, y la paleta de colores sobria, junto con la luz que modela la figura de Napoleón, me hace sentir la solemnidad de su poder. El paisaje es impresionante, pero sirve principalmente como telón de fondo para resaltar la grandeza del protagonista.
Al cambiar mi mirada hacia la obra de Wiley, me envuelve una atmósfera casi onírica. Los colores vibrantes y la composición dinámica crean una experiencia visual única. Aunque el paisaje alpino sigue siendo majestuoso, aquí el enfoque recae en la figura central, cuya mirada decidida desafía las nociones tradicionales de heroísmo. Es un recordatorio de que el entorno no es solo un fondo; refleja la diversidad y complejidad de la identidad contemporánea.
Mientras David se centra en la figura de Napoleón, perpetúa una visión de la historia que a menudo excluye voces diversas. Su obra encarna un canon artístico criticado por su falta de inclusión. Wiley, en cambio, desafía esta tradición de manera audaz. Al presentar a un líder afrodescendiente, no solo reinterpreta la figura de Napoleón, sino que también destaca la ausencia de representación de personas de color en la historia del arte.
Al observar la obra de Wiley, me encuentro cuestionando cuestiones profundas: ¿quién merece ser considerado un héroe? ¿Qué narrativas se han perdido? Su trabajo invita a una conversación necesaria sobre identidad y poder, planteando un diálogo sobre las múltiples realidades que coexisten en nuestro mundo.
Mientras salgo del museo, me doy cuenta de que "Napoleón al frente del ejército sobre los Alpes" de Wiley no es solo una reinterpretación de una imagen histórica; es una poderosa declaración sobre la representación y la identidad en el arte contemporáneo. La forma en que Wiley entrelaza lo clásico con lo moderno me deja reflexionando sobre la importancia de estas discusiones. Este encuentro en el Brooklyn Museum ha sido un viaje a través del tiempo y el significado, un recordatorio de cómo el arte puede transformar nuestras percepciones y abrir espacios para voces que han sido silenciadas.
Salgo con un renovado sentido de admiración por la diversidad de narrativas que forman parte de nuestra historia colectiva, y con la esperanza de que, a través del arte, sigamos celebrando la riqueza de nuestras identidades, especialmente como parte de la diáspora afrodescendiente de una isla llamada La Hispaniola.