Vi "Joker" y no fue en el cine, sino meses después en mi casa. Casi siempre la veía en alguna sala de Galería 360 o de la plaza Sambil. Ese fin de semana, me senté en la sala de mi casa, cociné palomitas y estaba ansioso por ver la película. Desde el momento en que apagué las luces, supe que estaba a punto de ser testigo de algo impactante.
Lo primero que vi en uno de los portones fue algo que me gusta mucho: graffiti y la firma RAY, lo cual pareció coincidir con la película. Le tomé una foto para enviársela a un amigo. La actuación de Joaquin Phoenix, tan visceral y desgarradora, me metió en el tormento de Arthur Fleck, un hombre apresado en un mundo que parecía darle la espalda.
A medida que la historia se desarrollaba, la sensación de angustia y desesperación se transmitía. No era solo un relato sobre un villano, sino un profundo estudio sobre la soledad, la alienación y el deseo de ser visto; algo muy parecido a aquellos que hacen graffiti de forma anónima en las calles, buscando hacerse notar en una sociedad en la que casi nadie está pendiente de nadie.
Al terminar de ver la película, las preguntas internas que me hacía eran complejas. Me sentía conmovido y hasta identificado con el personaje en algunos sentidos. Entendí por qué otros debatían tanto en redes sociales sobre la glorificación de la violencia. "Joker" había hecho lo que pocos filmes logran: no solo entretener, sino también provocar un diálogo urgente sobre la salud mental y la crisis de la sociedad moderna. La película se había convertido en un fenómeno cultural, resonando profundamente en un momento en el que muchos sentían que su voz era ignorada.
Esa misma noche, fui a visitar una expo en la zona colonial de Santo Domingo. Después de despedirme de mis amigos, con los cuales comenté sobre el film, empecé a caminar por las calles. No podía dejar de pensar en cuánta gente en mi país no estaba en la misma situación que Arthur Fleck. A medida que caminaba, me percaté de la omnipresencia del Joker. Carteles, memes y referencias estaban por todas partes. La imagen de Arthur Fleck, con su maquillaje de payaso y mirada perdida, se convirtió en un símbolo de rebelión y descontento, representando a aquellos que se sienten marginados. Las redes sociales estallaban con interpretaciones y críticas, reflejando cómo el filme había capturado el zeitgeist de una época marcada por la agitación.
Con la noticia del estreno de la segunda parte, la expectativa en el aire era palpable. Durante el año del estreno de su primera parte, incluso me atreví a viajar desde New Jersey hasta la locación de una escena entre dos bloques de edificios en el 1170 Shakespeare Avenue, al norte de Grand Concourse, en el barrio de Highbridge, del Bronx. Me tomé fotos y realicé el famoso baile.
Ahora me preguntaba: ¿cómo podrían superar la complejidad y la intensidad de la primera entrega? La audiencia, tan inmersa en el viaje emocional de Arthur, se cuestionaba qué nuevas dimensiones explorarían en esta secuela. Algunos esperaban una continuación que profundizara aún más en la psicología del personaje, mientras que otros temían que la historia pudiera desviarse de lo que hizo a "Joker" tan especial.
La especulación era frenética. ¿Veríamos a Arthur enfrentar las consecuencias de su transformación? ¿O se presentaría una nueva narrativa que desafiara la percepción del villano? Muchos también reflexionaban sobre el contexto cultural en el que se lanzaría esta secuela. Con el creciente interés en temas de salud mental y la lucha contra la desigualdad, la película tendría la oportunidad de tocar fibras sensibles de la sociedad actual.
Al mismo tiempo, había un aire de cautela. Tras el éxito arrollador de la primera película, había una presión enorme sobre los creadores para entregar algo que no solo fuera entretenido, sino que también resonara en un mundo que continúa lidiando con sus propios demonios. La audiencia deseaba autenticidad, una historia que continuara desafiando las convenciones y explorara las realidades más duras de la existencia humana.
Con cada día que pasaba, la anticipación crecía, pero también las preguntas. ¿Sería "Joker 2" un espejo que reflejara nuestra realidad? ¿Lograría mantener la complejidad que hizo que la primera entrega resonara tan profundamente? Mientras me adentraba en estos pensamientos, no podía evitar sentirme emocionado.
Al final, el cine siempre ha sido un lugar para la exploración de lo humano, y "Joker 2" podría ser una oportunidad para seguir desnudando las capas de nuestra propia realidad, enfrentando las sombras con valentía y autenticidad. Con la llegada de la secuela, el mundo estaría observando.
El legado del Joker, en todas sus complejidades, seguiría siendo una conversación constante, un recordatorio de que, en la búsqueda de la comprensión, a menudo debemos mirar a las partes más oscuras de nosotros mismos. Así, mientras espero el estreno, me siento listo para sumergirme nuevamente en esa narrativa, con la esperanza de que continúe desafiándonos a todos a ver más allá de la superficie. Pero, para mí, como siempre, las segundas partes casi siempre están de más.